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LECTURA: SALMO 73:1-26
“Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas”. v.21
Hace alrededor de tres décadas llegué a amargarme por algo que le pedí a Dios y no me lo concedió. La amargura dominó mi vida por alrededor de tres meses o más. Es una experiencia personal que me ocurrió hace ya mucho tiempo, y es un pequeño tramo de mi vida que pocas personas conocen. Pero recuerdo que me oculté de todo el mundo: de los hermanos de la iglesia, de los amigos, de la familia, y de todo tipo de diversión. Decidí aislarme para rumiar mi propia amargura; enojado con Dios y conmigo mismo; herido en mi propio orgullo y arrogancia.
Supongo que algunos de nuestros lectores habrán pasado por alguna vivencia semejante, en la que un resultado que esperaban con cierto nivel de certeza se les escapó de las manos, y los dejó solo con planes hechos.
El Salmo 73 es como una crónica de una experiencia en la que el salmista caminó por los caminos oscuros de la decepción y de la amargura, y de la que salió después de reflexionar en cómo son los caminos de Dios, y cómo es que Él gobierna el mundo.
Una persona manifiesta una actitud de amargura cuando no le encuentra sentido a su vida aparte de la realización de sus propios deseos. Pero Dios es soberano, y lo que Él hace siempre está, y estará bien. Nuestro mandato como siervos obedientes es alinear nuestra voluntad y nuestros deseos con la voluntad y los propósitos de Dios. Ese es el mejor antídoto contra la amargura.
J. Abel Ramírez, República Dominicana
Las circunstancias cambian para bien o para mal;
¡Dios es bueno siempre!
