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LECTURA: JOB 16:1 – 5
“También yo podría hablar como vosotros, Si vuestra alma estuviera en lugar de la mía.” v.4
El sufrimiento es una experiencia democrática. Todos sufrimos, de alguna manera. Para los cristianos, hablar de sufrimiento nos refiere de inmediato a Job. La experiencia de Job es el drama del sufrimiento incomprensible. Muchas pérdidas, la muerte de sus hijos, la pérdida de sus bienes, la enfermedad, permitidas por Dios, pero con un propósito por completo desconocido.
La única persona de su familia que le quedaba, su propia esposa, que también estaba sufriendo, tampoco lo apoyó. Y la cereza de la torta lo fueron sus amigos, que vinieron a consolarlo, pero insistieron en explicar su desgracia como un castigo por pecados ocultos.
Cuando estamos ante una persona que atraviesa una situación difícil, una crisis, sentimos que tenemos que decir algo. Está bien, los cristianos entendemos ser portadores de un mensaje. Pero es un mensaje de amor; siempre de amor. Un mensaje de consuelo, guía y consejo. Y por supuesto, ese mensaje debe ir acompañado de oración.
Pero, hacer recomendaciones, emitir juicios de valor, hacer interpretaciones de la realidad del tipo de “esto pasa por…”, ¿de verdad queremos recorrer ese camino? Tal vez, cada vez que tengamos la oportunidad de estar junto a alguien que sufre, si en verdad está en nosotros ese amor compasivo del Señor, deberíamos preguntarnos: ¿estoy haciendo algún aporte?
¿Estoy siendo de bendición? ¿O sólo hablo interminablemente? Y la principal pregunta es: ¿y si fuera al revés? ¿Y si cambiaran los papeles? ¿Cómo querría que me trataran, en medio de mi dolor?
Hermano mío, ¿qué me dirías, si estuvieras en mi lugar?
Álvaro Pandiani, Uruguay
¿Doy el amor y compasión que espero recibir?
