“Brigadas antipasta”

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Parte 1:

Parte 2:

Por: Ps. Graciela Gares

Recientemente, distintos medios de prensa dieron cuenta de la presunta existencia de brigadas “anti-pasta base”, que por las noches saldrían a apalear a adictos e indigentes que pernoctan en las calles. Hechos similares registrados en distintos puntos de la capital uruguaya – Malvín, Ciudad Vieja -, hicieron pensar que pudiera tratarse de una organización, pero esto no se comprobó. Más bien, se piensa en pequeños grupos de individuos intolerantes, que se han unido para aplicar justicia por mano propia, frente a quienes desarrollan una existencia marginal, que a menudo genera molestias a los vecinos.

Varios individuos marginados sociales habrían recibido golpizas mientras dormían en la vía pública, propinadas por ciudadanos que recorren en vehículos las calles en la madrugada, armados con palos de beisbol, con los que castigan a sus víctimas. Lo más preocupante es que a pesar de la notoriedad que tuvieron las noticias de este tenor, no se ha conocido una investigación oficial que ratifique o desmienta los hechos.

Quienes se niegan a pernoctar en los refugios provistos por el Estado para indigentes, a menudo se instalan bajo el alero de una casa, a la entrada de un edificio o frente a viviendas desocupadas. Algunos actúan respetuosamente con los vecinos de la zona y son asistidos por los mismos, proveyéndoles comida o abrigo. Otros, en cambio desarrollan una convivencia problemática en los barrios, se muestran agresivos, generan reyertas entre ellos o roban. Además de la irritabilidad que les genera la abstinencia de la droga cuando no tienen para adquirirla, muchos han desarrollado problemas de salud mental que alteran su conducta social.

¿Está pudiendo el Estado proteger a la población adecuadamente en tales circunstancias?

Es notoria la percepción de fracaso de la población en cuanto a las políticas anti-drogas. La incautación de cargamentos de sustancias psico-activas, el cierre de bocas de venta de droga al menudeo y la legalización de la marihuana -para quitarle mercado al narcotráfico-, no han dado los resultados esperados.

No existen quizá suficientes elementos probatorios para afirmar que se hayan organizado “brigadas anti-pasta base” en nuestro medio. Sí sabemos que en todas las sociedades existen personas intolerantes que prefieren ejecutar justicia y/o venganzas.

En el extremo opuesto, este año hemos visto intervenciones sociales muy distintas a las de estas “brigadas”, con resultados muy interesantes en algunos casos y vale relatarlo ya que la prensa no lo hará. Presenciamos a amigos y/o vecinos ocupados en convencer y acompañar a un adicto a un centro donde pueda recibir ayuda.

En particular, nos impactó enterarnos de una pareja de comerciantes, quienes cerraron por algunas horas su negocio, en un día laborable, para traer en su vehículo a un adicto que frecuentaba su zona, acercándolo a un Hogar cristiano de rehabilitación para drogo-dependientes. Previamente, le facilitaron los medios para higienizarse y la indumentaria adecuada para presentarse en condiciones decorosas. Asimismo, se ofrecieron para visitarle luego que hubiese ingresado en la internación, sabiendo que la familia del chico no lo haría. Esa fue una respuesta distinta, de involucramiento y compromiso desde la colectividad social para con un problema que nos compromete a todos.

El proceder de este matrimonio, asumiendo riesgos, sacrificando tiempo, dinero, enfrentando incomodidades, alterando su agenda y compromisos y usando su vehículo para asistir a un necesitado, nos recuerda de un modo muy vívido la parábola de Jesús conocida como “el buen samaritano”:

“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y viéndolo, se compadeció de él.  Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva” (Lucas 10: 30 – 35).

¿Qué hacer frente al impacto social de las drogas? Se necesitan “samaritanos”.

Ningún actor social debe mirar para el costado. El propio adicto, su familia, el barrio, las fuerzas policiales, los centros de salud, los centros educativos, la cultura que promueve el consumo a través de canciones, todos estamos desafiados por esta realidad que amenaza la paz de las sociedades hoy.

A veces las familias traen al consumidor de drogas para “depositarlo” en un centro de rehabilitación y así pretenden sacarse el problema de encima, como si éste no fuera fruto de un núcleo familiar disfuncional. El propio adicto, aunque necesita ayuda, debe admitir que el consumo ha sido elección y responsabilidad suya, un camino equivocado que eligió para mitigar los dolores de su alma y ahora quedó atrapado en una dependencia psicológica y física.

Históricamente, los “Modelos explicativos” y las estrategias aplicadas han oscilado fundamentalmente entre dos abordajes:

Judicializar el problema: apelando al sistema policial, judicial y penal como principales medios de intervención estatal para corregir el problema. Pero el carácter transnacional del fenómeno, determinado por el desarrollo de la industria supranacional del narcotráfico, con mayor poderío económico y de armas que los mismos Estados, llega a paralizar las acciones de la Justicia de los países afectados. La producción y el tráfico ilícito de drogas se han constituido en una muy importante actividad económica y lucrativa en países de América Latina.

Medicalizarlo: creer que el adicto está enfermo y su situación puede ser resuelta por los sistemas sanitarios. Según la organización Narcóticos Anónimos, el adicto sufre una patología pero no es responsable de su enfermedad. Se declaran impotentes frente a la adicción y reconocen que la vida se les ha vuelto ingobernable.

Pensamos que ambas concepciones del problema son erróneas. El consumo de drogas genera trastornos de salud, pero habitualmente no se inicia a raíz de un problema de salud. En todo caso, a raíz de malestares anímicos. Tratar al consumidor de drogas como un enfermo le quita su responsabilidad respecto a sus actos; lo victimiza.

Dios en todo momento responsabiliza al ser humano por su conducta con respecto al consumo de sustancias que puedan dominarlo. En el texto bíblico hay reiteradas exhortaciones de este tenor:

“No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno”. (Efesios 5:18)

“Todo me está permitido, pero no dejaré que nada me domine”. (1 corintios 6: 12)

Al afirmar que los borrachos no entrarán al reino de los cielos (1 Corintios 6: 10), se da por sentado la asignación de responsabilidad al que procede de esa manera.

La visión de la adicción como una dificultad crónica de la que un individuo no podrá liberarse jamás, también es ajena al pensamiento del Dios que nos creó:

Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”, afirmaba Jesucristo. (Juan 8: 36)

En definitiva, todo adicto es un ser que busca a Dios, pero en lugares donde no lo hallará. Corresponde quebrar una lanza por los distintos centros de ayuda para adictos promovidos por iglesias cristianas, quienes al hacer un abordaje integral del problema –físico, psicológico y espiritual-, están logrando con la ayuda de Dios, liberar a muchos esclavos del flagelo de las adicciones.

Ps. Graciela Gares Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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