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LECTURA: MATEO 5:13
“Ustedes son la sal de la tierra.” v.13
En nuestra época de avance científico y conocimientos médicos, la sal es un condimento alimenticio mirado de reojo. Implicada en el desarrollo de la presión sanguínea elevada, y retirada por orden médica en varias enfermedades, ya no es tan apreciada como lo fue en otras épocas.
Además, la sal es sal, es cloruro de sodio. Por eso, siempre me llamó la atención cuando Jesús habló acerca de que la sal “se desvaneciere”, lo que la haría inútil, y no hubiera más remedio que tirarla. ¿Cómo podía la sal dejar de ser salada?
Es fácil entenderlo; la sal consumida en Palestina en tiempos de Jesús era extraída de los alrededores del Mar Muerto; era una sal llena de impurezas, en la que el cloruro de sodio podía terminar desapareciendo, quedando las impurezas como un montón inútil. Además, su transporte la hacía un producto caro; era un producto de lujo. Sus usos eran, fundamentalmente, dar sabor a las comidas y usarla como conservante contra la putrefacción de los alimentos; también era utilizada en el “pacto de sal”, una comida salada entre dos partes que celebraban un contrato, con la cual se obligaban a una mutua lealtad.
Lealtad, preservar contra la corrupción, y dar sabor. Eso dijo Jesús que debemos hacer sus discípulos.
Espiritualmente: fidelidad a Dios, palabra y testimonio contra la corrupción del pecado, y dar sabor del cielo al alma hastiada de las miserias terrenales. Que la sal espiritual no se “desvanezca” en nuestras vidas; que no prevalezcan las impurezas de las debilidades humanas y el pecado. Antes bien, que renovemos el pacto de sal de fidelidad al Señor Jesús.
Álvaro Pandiani, Uruguay
Renuévate en el Señor
