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LECTURA: LUCAS 23:44-49
“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”. v.46
La muerte de nuestro Señor Jesucristo dividió la historia, en “antes de Cristo” y “después de Cristo” hecho trascendental para la humanidad. Allí se cumplió el propósito de Dios para el hombre.
Entregó a su unigénito hijo para darnos salvación y vida eterna (Juan 3:16). A partir de ese momento cambió el mundo espiritual y el mundo material. La naturaleza misma intervino cuando hubo tinieblas por tres horas y el sol se oscureció; testigo de esa escena tan triste y dolorosa, pero de victoria para siempre.
Rasgarse el velo del templo por la mitad de arriba abajo fue la señal sin precedente entre Dios y el hombre de que había libre acceso a la presencia directa ante el Padre Celestial a través de su hijo Jesucristo.
Esa obra no fue en vano. La victoria en la cruz del Calvario da a cada persona la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, aceptarlo en su corazón y estar en comunicación constante con Dios.
¡Que esa oscuridad y silencio que allí se manifestaron no obstaculicen hoy tu decisión por Jesucristo! Su obra redentora está disponible para todos. No mires de lejos esa escena como lo hicieron los conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea.
Reconoce como el centurión que al ver expirar a Jesús, dio Gloria a Dios diciendo: “verdaderamente este hombre era justo”. Acércate. Ya tienes la entrada segura al trono de la gracia y él alumbrará tu corazón con su luz admirable.
Aura Arriaga de Ostos, Venezuela
Jesús el Hijo de Dios murió por nuestros pecados. ¡Acéptalo!
