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LECTURA: SANTIAGO 2:14-26
“Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”. v.23
Cuando encontramos algo común en otra persona y los afectos se ven entrelazados, podemos decir que nos encontramos en la presencia de una amistad. Muchas veces ocurre a los pocos minutos de compartir con alguien en un ascensor, en la parada mientras esperas el transporte público o en la sala de espera de un hospital.
Esto es porque desde siempre el ser humano ha tenido la necesidad de relacionarse, de sentirse escuchado, apoyado, comprendido y aceptado.
Cuando asistíamos a la escuela la inclinación de muchos era buscar la aceptación de los que sobresalían en algo o eran más populares. Ser aceptados, compartir tiempo, un saludo, comer juntos a la hora de la merienda entre otras cosas; en pocas palabras, “queríamos ser sus amigos”.
Por su parte la Biblia hace referencia a la parcialidad como algo que no debemos tener. El que existan personas o grupos de personas con muchos bienes, algunas con estatus y otras no, no nos hace diferentes. Ante los ojos de Dios todos somos iguales.
Lo interesante es que sí se establece una diferencia cuando alguien cree en Dios. Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. ¡Qué honor es ser aceptado y reconocido como amigo nada menos que del Creador del universo!
Y más cuando, siendo tan pequeños y llenos de fallas y errores, podemos ser salvos al acercarnos y reconocer como Señor a quien el Padre dio para que muriera por nosotros: a Jesús, su Hijo unigénito.
Jenniffer Montserat Pinto, Venezuela
Creer me hace amigo de Dios
