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LECTURA: FILIPENSES 3:1-10
“Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” v.7
Al contarnos su vida, Pablo advierte sobre algunas cosas que le eran muy valiosas. Tenía razones para sentir orgullo acerca de su nación, familia, costumbres, educación, religión y hasta de su conducta. Gran parte de su vida, estos valores le moldearon y enorgullecieron. Muy probablemente sintió algo de superioridad con respecto a sus conciudadanos. Él mismo nos dice tener razones para “confiar en la carne”.
Cuando en el camino de Damasco se encontró con el Señor Jesús, no solo cayó al suelo, sino que su orgullo fue abatido. El poderoso e iracundo perseguidor tuvo que ser ayudado a caminar, conducido por otras manos, cuidado y atendido. Fue tal la conmoción de la experiencia, que no solo estuvo tres días sin vista, sino que tampoco comió y bebió. Después, un humilde discípulo llamado Ananías, vino a bendecirle y ayudarle.
En otra situación, tal vez Pablo hubiera ignorado a este hombre humilde. Ahora Ananías resultó una bendición imprescindible para el fariseo poseído. Hablando de él, Pablo lo describe como un “varón piadoso”. Definitivamente su perspectiva había cambiado.
Por amor a Cristo, Pablo dio por pérdida lo que toda la vida creyó ganancias. Entregó su propia justicia y ganó la de Dios, y al hacerlo, perdió su orgullo y encontró el verdadero amor.
¡Cuántas veces en la vida vivimos orgullosos por razones absurdas! Entonces no valoramos a los demás, creyéndonos capaces y suficientes. En Cristo, la perspectiva cambia totalmente. Mientras más tengamos de Él, más valiosos nos serán los demás. Y más seremos bendecidos con sus vidas.
Alberto Gonzalez, Cuba
Vivir cerca del Señor nos hace valorar más a los demás
